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martes, 29 de marzo de 2011

Algodoal é PAI-D'ÉGUA!!

"Pai-d'égua" es una expresión que utilizan en el Estado de Pará para referirse a algo que es "muito legal" (muy bueno, genial). Yo la aprendí en Algodoal.

Según leí en la guía, Algodoal es el pueblo principal de la Isla de Maiandeua (que en tupí significa "Madre Tierra"). También hay otros pueblos más pequeños llamados Fortalezinha, Camboinha y Mocooca.
Aunque leí que Algodoal cuenta con alrededor de 1000 habitantes, lo cierto es que en temporada alta esa población debe triplicarse, dado el elevado número de pousadas (yo creo que hay más que casas). Por suerte, a pesar de que yo fui a finales de enero y todavía era temporada de vacaciones estivales, ya debía de estar todo el mundo preparándose para el comienzo del curso (o para los Carnavales, que por algo Brasil es Brasil) porque estaba bastante vacío, y muchos chiringuitos de la playa estaban cerrados.

Yo llegué un jueves, en una tarde lluviosa, y la verdad es que nada más llegar ya estaba preguntando los horarios del barco para irme de allí. Por suerte (aunque en ese momento me pareció toda una desgracia) no habían más barcos hasta el día siguiente. ¡Oh, qué horror! Estaba atrapada en Algodoal...

A ver, les cuento para que se pongan en situación. Al llegar, en lo que buscaba dónde alojarme y esas cosas ya había oscurecido, y llovía. Mi cuarto estaba lleno de mosquitos, tenía un mosquitero encima de la cama que después descubrí que estaba roto (¡me dirán qué funcionalidad puede tener un mosquitero roto!) y lo peor de todo... ¡no tenía dónde colgar mi hamaca!
Estaba muerta de hambre y a la dueña de la Pousada Bela Mar, Dona Bela, le estaban haciendo la pedicura en el comedor, por lo que no me atreví a preguntarle si tenían algo de comer para no molestar. Yo era la única inquilina de la pousada y, por interactuar con alguien, me senté también en el comedor a ver con ellas la novela Ti,ti,ti (sólo por cuestión social, no crean que estaba enganchada ni nada de eso).
Después de la novela, me fui a dar un paseo. Caminé un trocito de calle de tierra, que estaba llena de barro por la lluvia y me metí en el único sitio que vi donde comer algo, una panadería. Claro, ahora lo pienso y si hubiera seguido caminando un poquito más por la "calle principal" me habría encontrado con unos bares con comida de verdad, calentita y muy rica, pero en mi defensa debo alegar que llovía, no había nadie en la calle y estaba todo oscuro.
Así que con todos estos elementos llegué a la cama (creo que no eran ni las 8 de la noche) y después de intentar cubrirme de los mosquitos pensé: "¿y qué pinto yo aquí?" Así que me agobié pensando que tenía que pasar allí una noche para poder coger el barco de vuelta al día siguiente...

¡Ah! Se me olvidaba contar lo único bueno que encontré esa primera noche en Algodoal.
Claro, recuerden que venía de Marajó, donde las temibles "baratas de agua" me aterrorizaban con su volar nocturno. Así que tenía cierta curiosidad por ver qué bicho raro me deparaba este nuevo destino, dada la gran biodiversidad brasileña.
Me llevé una alegría inmensa al descubrir en la puerta de la pousada unos grandes aunque inofensivos sapos, muy lindos y graciosos, aunque un poco babosos (noooo, no me dio por besar a ninguno!)

Al día siguiente ¡salió el sol!
Pues, ya que había decidido que me iba esa misma tarde, quería aprovechar la mañana en la playa. Empecé a pasear sin saber muy bien hacia dónde y me fui encontrando con una playa inmensa.
Algodoal tiene una cosa curiosa, y es que cuando sube la marea se forma un canal de agua que atraviesa la playa. Esa mañana estaba baja y se podía pasar caminando, pero por las tardes había que cruzar el canal en una barquita.

La playa estaba desierta, sólo había algunos grupos de pescadores que lanzaban o recogían sus redes y algunos carros de caballos que atravesaban la arena. Luego, al llegar a la Praia da Princesa los chiringuitos se extendían a lo largo de toda la costa, la mayoría cerrados.

Por el camino, me encontré a Zelo, que había llegado el día anterior en el mismo barco que yo. Nos paramos en un kiosko y, por supuesto, lo primero que me pedí fue un "côco gelado", a esas alturas ya era una empedernida consumidora. Allí, la dueña del chiringuito nos informó de que por la noche habría Carimbó en uno de los bares del pueblo, lo que empezó a crearme serias dudas sobre si irme esa tarde o no.

La culpa fue del Carimbó.

El Carimbó es un ritmo propio del Estado de Pará que se toca con tambores (que según creo son los que reciben el nombre de carimbó), un instrumento de cuerda (creo que es una mandolina o algo así), maracas y sobre todo, mucha cachaça (bebida alcóholica destilada del jugo de la azúcar de caña fermentada)




En cuanto a la danza del Carimbó, es un baile de cortejo, donde el chico agasaja a la chica, mientras se mueven con un paso rápido que sigue el ritmo del tambor. (Ver vídeo)

La primera noche, al principio no me atrevía a bailar, y disfruté mucho escuchando la música y viendo a la gente que bailaba. Como vi que cada un@ bailaba a su propio ritmo, al final me atreví a intentarlo y me encantó. Allí fue donde conocí a Deia, mi mejor profesora de Carimbó.

Para mí ese Carimbó fue un antes y un después en mi estancia en Algodoal. Como aquello era pequeño, al día siguiente de camino a la playa me iba encontrando con gente que me saludaba. Yo no les conocía, pero claro, al ser "la nueva" siempre se llama más la atención.

Los días siguientes se sucedieron entre playa (el agua de mar no tiene nada que ver con la de río, por muy Amazonas que sea), agua de coco, paseos por los alrededores, pescadito, la novela con Dona Bela (que ya me preparaba una silla a su lado y todo), charlas con sus amigas y mucho carimbó.
El grupo era incansable y a cualquier hora del día (y de la noche) te los podías encontrar tocando y cantando en cualquier sitio. También intentaron enseñarme a cantar la estrofa del coro, pero eso ya me resultó imposible y decidí dedicarme a aprender el baile. (Para mi primera visita a Algodoal tenía que plantearme objetivos concretos y realizables).

También me llevé una alegría inmensa al encontrarme, por casualidad, una noche de carimbó con Guillermo, un amigo argentino con quien coincidí algunas horas en el barco de Parintins.

¡Ah! se me olvidaba otra anécdota que denota la inmensa generosidad de la gente de Algodoal. Una noche, recorriendo las calles en busca de algo que hacer, escuchamos música. Al pasar por delante de unas casas vimos que habían tres chicos tocando la guitarra y cantando alrededor de una mesa. Al pararnos a escuchar nos invitaron a entrar, ofreciéndonos sillas, y con un plato de tarta y bebidas para compartir con ellos la celebración del cumpleaños. ¡Fue increíble!

Pues así se me fueron pasando los días y días y nunca encontraba el momento de irme. Ya tengo hasta algunas ideas para abrir algún tipo de negocio allí, así que si alguien quiere asociarse, no tiene más que decirlo.

Cuando finalmente llegó el día en que sí que me tenía que ir, al ir a despedirme de Dona Bela me dijo: "Pensé que te ibas a quedar a vivir aquí". No lo digas dos veces que me convences...

Varias veces me dijeron personas diferentes que Algodoal está "abençoada" (bendecida)... ¡yo también lo creo!

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viernes, 11 de marzo de 2011

A ILHA DE MARAJÓ


Casi sin saberlo, mi espíritu isleño iba marcando la elección de los destinos de mi viaje. Y es que Parintins, Marajó y Algodoal (mi siguiente destino) son islas. Parintins fluvial, Algodoal marina y Marajó mitad y mitad.


La Ilha de Marajó se encuentra en la desembocadura de los ríos Amazonas y Tocantins. Pertenece al Estado de Pará y se llega en barco desde Belém. Según la guía es un poco más grande que Suiza y tiene alrededor de 250.000 habitantes, aunque las pequeñas casitas y las calles de hierba y tierra (más bien barro con la lluvia) que vi en Salvaterra y Soure daban la sensación de que era más pequeño.

Realmente si lo ven en el mapa sólo vi una mínima parte de la isla, la más accesible, pero además de la Ilha de Marajó, el Arquipélago do Marajó tiene cerca de 2500 islas e islotes, según la wikipedia.

Bueno, pues salí de Belém en el barco de las 6:30 de la mañana. Había pasado casi 24 horas en tierra y ya sentía la saudade (nostalgia) de navegante. Sin embargo, este barco no tenía nada que ver con el navío en el que había surcado el Amazonas y, lo más triste, no tenía donde colgar hamacas (oooohhhh!) Tenía dos pisos llenos de butacas, una tele donde ponían las noticias (nada de telenovelas) y una cafetería en la parte trasera.

Tras una travesía de 3 horas llegamos a Camará, el puerto de Marajó, y de allí me dirigí a Salvaterra, donde iba a quedarme algunos días.

Mi llegada a la Pousada Bosque dos Aruas no pudo ser mejor. Repartidos alrededor de un jardín con mangueiras (árbol de la manga) habían unos bungalows de madera, un porche con unas mesitas y música suave y al otro lado el mar. ¡Aquello prometía!

Después de estar en las mesitas del porche un rato charlando con el dueño de la pousada, me fui a mi cuarto y me llevé toda una alegría al ver que tenía donde colgar la hamaca. Ya después de más de un mes durmiendo en “rede” se me hacía rara la dureza de las camas brasileñas.

En la recepción-cafetería de la pousada siempre se podía pasar un rato agradable y tenían muy buena música. Allí fue donde descubrí a esta cantante brasileña, Zelia Duncan.

Zelia Duncan "Enquanto durmo"

Durante los dos días siguientes, mientras estuve en Marajó, estuvo lloviendo sin parar. Al tercer día, cuando ya me iba de vuelta a Belém, salió un sol radiante que invitaba a quedarse en las playas marajoaras.

Todo era pequeño y muy familiar, así que estuve paseando por Salvaterra (donde no había nadie en las horas del mediodía, para que luego digan que aquí no hacen siesta!) y por Soure (la capital de la Ilha de Marajó). Tengo que decir que Soure me gustó bastante más que Salvaterra. A pesar de ser más grande y tener más movimiento, había menos coches y más bicicletas.

Marajó tiene la mayor reserva de búfalos de Brasil, y te los encuentras por la calle, pastando o bañándose. Es famoso en la Isla el queso de búfalo y, por supuesto la carne, pero yo preferí probar sólo el queso…

Bueno, todo esto que he descrito como tan apacible, se transformaba totalmente por la noche, cuando la mayoría de los bichos del lugar despertaban de su letargo diurno para atemorizar a visitantes desacostumbrados. Entre ellos, los más temibles son las “baratas de agua” (cucarachas de agua), que volaban y me fascinaban y espeluznaban a partes iguales.


Cuando me veía allí, dentro de mi hamaca, escuchando por fuera tanta vida nocturna y las baratas que golpeaban contra las paredes de madera y se arrastraban por la escalera haciendo ruido, me venía a la mente “La piel fría”, un libro de Albert Sánchez Piñol, en el que los personajes son asediados por unos seres que salen por la noche, los carasapo.

La primera noche estuve pendiente de los ruidos y de algún que otro bicho que se colaba por debajo de mi puerta. En este caso, mi valentía me hizo tomar la misma firme determinación que cuando creí que una onça nos iba a atacar en la comunidad indígena sateré: enrollarme en la hamaca y hacer el mínimo ruido posible para intentar pasar inadvertida!

Eso sí, la segunda noche me tomé una caipirinha para pasar una mejor noche. Las baratas seguían golpeando las paredes, pero a mí ya me daba igual y me quedé dormida plácidamente en mi hamaca.

El día 26 de enero decidí volver a Belém, y en el barco de vuelta conocí a Cyro (del estado de Minas Gerais) y Juan (de Argentina), con quienes compartí unos camarones, dulce de piña y tapioca con leche de coco, además de una muy agradable conversación y unas risas durante el viaje de vuelta.

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