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viernes, 11 de marzo de 2011

A ILHA DE MARAJÓ


Casi sin saberlo, mi espíritu isleño iba marcando la elección de los destinos de mi viaje. Y es que Parintins, Marajó y Algodoal (mi siguiente destino) son islas. Parintins fluvial, Algodoal marina y Marajó mitad y mitad.


La Ilha de Marajó se encuentra en la desembocadura de los ríos Amazonas y Tocantins. Pertenece al Estado de Pará y se llega en barco desde Belém. Según la guía es un poco más grande que Suiza y tiene alrededor de 250.000 habitantes, aunque las pequeñas casitas y las calles de hierba y tierra (más bien barro con la lluvia) que vi en Salvaterra y Soure daban la sensación de que era más pequeño.

Realmente si lo ven en el mapa sólo vi una mínima parte de la isla, la más accesible, pero además de la Ilha de Marajó, el Arquipélago do Marajó tiene cerca de 2500 islas e islotes, según la wikipedia.

Bueno, pues salí de Belém en el barco de las 6:30 de la mañana. Había pasado casi 24 horas en tierra y ya sentía la saudade (nostalgia) de navegante. Sin embargo, este barco no tenía nada que ver con el navío en el que había surcado el Amazonas y, lo más triste, no tenía donde colgar hamacas (oooohhhh!) Tenía dos pisos llenos de butacas, una tele donde ponían las noticias (nada de telenovelas) y una cafetería en la parte trasera.

Tras una travesía de 3 horas llegamos a Camará, el puerto de Marajó, y de allí me dirigí a Salvaterra, donde iba a quedarme algunos días.

Mi llegada a la Pousada Bosque dos Aruas no pudo ser mejor. Repartidos alrededor de un jardín con mangueiras (árbol de la manga) habían unos bungalows de madera, un porche con unas mesitas y música suave y al otro lado el mar. ¡Aquello prometía!

Después de estar en las mesitas del porche un rato charlando con el dueño de la pousada, me fui a mi cuarto y me llevé toda una alegría al ver que tenía donde colgar la hamaca. Ya después de más de un mes durmiendo en “rede” se me hacía rara la dureza de las camas brasileñas.

En la recepción-cafetería de la pousada siempre se podía pasar un rato agradable y tenían muy buena música. Allí fue donde descubrí a esta cantante brasileña, Zelia Duncan.

Zelia Duncan "Enquanto durmo"

Durante los dos días siguientes, mientras estuve en Marajó, estuvo lloviendo sin parar. Al tercer día, cuando ya me iba de vuelta a Belém, salió un sol radiante que invitaba a quedarse en las playas marajoaras.

Todo era pequeño y muy familiar, así que estuve paseando por Salvaterra (donde no había nadie en las horas del mediodía, para que luego digan que aquí no hacen siesta!) y por Soure (la capital de la Ilha de Marajó). Tengo que decir que Soure me gustó bastante más que Salvaterra. A pesar de ser más grande y tener más movimiento, había menos coches y más bicicletas.

Marajó tiene la mayor reserva de búfalos de Brasil, y te los encuentras por la calle, pastando o bañándose. Es famoso en la Isla el queso de búfalo y, por supuesto la carne, pero yo preferí probar sólo el queso…

Bueno, todo esto que he descrito como tan apacible, se transformaba totalmente por la noche, cuando la mayoría de los bichos del lugar despertaban de su letargo diurno para atemorizar a visitantes desacostumbrados. Entre ellos, los más temibles son las “baratas de agua” (cucarachas de agua), que volaban y me fascinaban y espeluznaban a partes iguales.


Cuando me veía allí, dentro de mi hamaca, escuchando por fuera tanta vida nocturna y las baratas que golpeaban contra las paredes de madera y se arrastraban por la escalera haciendo ruido, me venía a la mente “La piel fría”, un libro de Albert Sánchez Piñol, en el que los personajes son asediados por unos seres que salen por la noche, los carasapo.

La primera noche estuve pendiente de los ruidos y de algún que otro bicho que se colaba por debajo de mi puerta. En este caso, mi valentía me hizo tomar la misma firme determinación que cuando creí que una onça nos iba a atacar en la comunidad indígena sateré: enrollarme en la hamaca y hacer el mínimo ruido posible para intentar pasar inadvertida!

Eso sí, la segunda noche me tomé una caipirinha para pasar una mejor noche. Las baratas seguían golpeando las paredes, pero a mí ya me daba igual y me quedé dormida plácidamente en mi hamaca.

El día 26 de enero decidí volver a Belém, y en el barco de vuelta conocí a Cyro (del estado de Minas Gerais) y Juan (de Argentina), con quienes compartí unos camarones, dulce de piña y tapioca con leche de coco, además de una muy agradable conversación y unas risas durante el viaje de vuelta.

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4 comentarios:

  1. Ya se echaban de menos tus crónicas... me encantaron tus reexperiencias de las noches saterés... ay si hubiéramos tenido bajo aquellas tormentas y sobre las tarántulas unas caipirinhas!!

    Besitosss

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  2. Te he imaginado como la protagonista de La piel fría... menos mal que existe la caipirinha, y quizá si el prota del libro la hubiera probado hubiera hecho amistad con l@s carasap@s.
    Un gran abrazo de nieveeeee

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  3. Su, a lo mejor con unas caipirinhas hubieramos acabo "sobre" aquellas tormentas y "bajo" las tarántulas (es humor del fino, cuidado!!) jajaja

    Anita, también me podrías haber imaginado con un aneris brindando con caipirinha bajo las estrellas titilantes jejeje

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  4. Por finnnnnnnn!!!!!!
    Me encanta la tienda de lencería fina, los bufalos y tus amigos! Pero a mi me vuelan las cucarachas de agua al lago y me muero de miedooooo....qué asco gggggggg!!!!!

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